Los
menores de edad tienen derecho a disfrutar de una protección
especial y a disponer de oportunidades y servicios para que
puedan desarrollarse física, mental, moral, espiritual y
socialmente de forma saludable y normal. No hablamos de un
deseo, - que también, por supuesto- ni de una concesión,
ni de beneficencia. Hablamos, evidentemente, de un derecho.
Tan evidente, que el reconocimiento de ese y otros
derechos de los menores por la Constitución Española de
1978, la Convención de los Derechos del Niño de las
Naciones Unidas o los Pactos Internacionales de Derechos
Civiles y Económicos, nos parece una obviedad. ¿Cómo no
va a tener derecho un niño, por ejemplo, a ser alimentado?
Es una cuestión de justicia. Tan sólo en sociedades no
civilizadas, golpeadas por la guerra, la miseria o el caos,
pueden darse las trágicas circunstancias que impidan su
satisfacción.
Más cerca, si cabe, la Ley 12/2001 de la infancia y
la adolescencia en Aragón, recoge el derecho a la crianza y
a la educación de los menores y establece en su art.5 la
prioridad presupuestaria de las actividades de prevención,
atención y reinserción de la infancia y la adolescencia.
Prioridad presupuestaria que extiende a los Ayuntamientos
afirmando, como cierre de la cuestión, que “ En todo
caso, el contenido esencial de los derechos de los menores
no podrá verse afectado por falta de recursos básicos".
Sin
embargo, la realidad que constatamos en la Ciudad de
Zaragoza es bien distinta. Bajo el pretexto de pequeñas
disfunciones, leves matices, ligeros desajustes
competenciales, el Ayuntamiento de Zaragoza tan sólo
aporta, en estos momentos un 32% del coste de las becas de
comedor escolar, sin que haya incrementado la consignación
presupuestaria en los últimos cinco años, lo que provoca,
ni más ni menos que, para el presente curso tan sólo se
vaya a poder cubrir el 49% de las solicitudes de becas
cursadas.
Esto
resulta particularmente grave si vemos como en el resto de
Aragón, corporaciones con recursos infinitamente menores,
asumen esta función en solitario o a través de convenios
con el Departamento de Educación, siempre con porcentajes
iguales o superiores al 50%. ( Huesca, la segunda ciudad de
Aragón, aporta el 65%.)
Podría
decírsenos que tan poder público, tan Estado, es el
Ayuntamiento como la Comunidad Autónoma; y que sí el
dinero público cubre la totalidad del gasto necesario qué
importa de que Institución o de que Departamento venga.
Pero FAPAR no está de acuerdo en sumar el gasto en
comedores escolares al educativo. Y no está de acuerdo
porque, si bien los comedores escolares cumplen también una
función educativa, su función es eminentemente social. Y
en el caso de las becas de comedor es de justicia social.
Cuando se nos habla de la Administración Local como cercana
al ciudadano, a sus problemas y demandas cotidianas, FAPAR
manifiesta su convencimiento de esa realidad y siempre hemos
favorecido e impulsado la gestión de servicios por los
Ayuntamientos y Mancomunidades (transporte escolar,
actividades extraescolares, escuelas de padres, programas de
animación socio-juvenil…). Por eso, convencidos del
derecho y la obligación de los Ayuntamientos a intervenir
en cuantos asuntos afecten directamente a sus vecinos, nos
parece una falta grave de sensibilidad social, y una dejación
de competencias, el hecho de que la mayoría de los
ciudadanos de Aragón, y una gran mayoría de los menores de
edad, vivan en un municipio cuyo Ayuntamiento es el que
menos contribuye, en porcentaje de gasto por beca, a la
financiación de las becas de comedores escolares.
No es esta una actitud excepcional del Ayuntamiento
de Zaragoza. Mantiene una muy parecida en relación con el
mantenimiento de los centros escolares y la dotación de
conserjes; lo que ha llevado a que cualquier escuela de Aragón
esté mejor conservada que las de Zaragoza. En el fondo,
quizás nos encontramos con que algunos de nuestros
responsables políticos no han sabido medir la importancia
que los vecinos atribuimos a la educación y a la justicia
social. Porque no pedimos la benevolencia ni la caridad de
las Administraciones, pedimos que ejerzan sus competencias
de manera que no tengamos que avergonzarnos de que, mientras
hacen cosas importantes, como idear rascacielos, grandes
urbanizaciones o estadios, olvidan las básicas.
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