Bolonia entre interrogantes

El curso 2010-2011 se pone con muchas dudas en marcha la adaptación al Espacio Europeo de Educación Superior, que conllevará una de las transformaciones más importantes que afectan al sistema universitario español.
08/03/2009 MICHEL VALLé. El Periódico de Aragón.
Se ha hablado tanto del Plan Bolonia que en un tiempo récord se ha logrado convertir algunas ideas en tópicos. Y los tópicos en verdades. Bueno. Lo primero. Lo mejor. Lo conveniente para entender la adaptación al espacio europeo es dejar los prejuicios. Solo así se logra comprender la profundidad de un cambio que va más allá de la Declaración de Bolonia. La universidad se enfrenta a una de sus transformaciones más importantes. Estudiantes y responsables de los campus tendrán que ser capaces de encontrar puntos de unión para llevar hacia adelante todo lo que entraña Bolonia, que a día de hoy es ya imparable.
Es la declaración firmada por ministros europeos de Educación el 19 de junio de 1999. El documento es bastante escueto. Básicamente propone una serie de principios, que subyacen en la Carta Magna de la Universidad de Bolonia, suscrita mucho antes, en 1988. Propone varios aspectos. Entre ellos, incrementar la competitividad del sistema europeo de educación superior. Existe también un compromiso para coordinar políticas para alcanzar en la primera década del tercer milenio la adopción de un sistema de titulaciones fácilmente comprensible y comparable. Se establece para ello un programa basado en grados (de cuatro años en España) y posgrados (máster, de dos años). Implanta un sistema de créditos comunes en todos países como medio para promocionar una más amplia movilidad de los estudiantes, pero también de los profesores que imparten esas clases. El texto termina con una apuesta por la cooperación europea para mejorar la calidad.
En la Declaración de Bolonia no se dice nada de privatizar la universidad. Ni de promover la entrada de empresas en la institución. Para encontrar algo que podría tomarse como mercantilización hay que profundizar más en el proceso. Solo así se topa con el espinoso asunto de la financiación. La falta de fondos no es un problema nuevo. Ni deriva necesariamente de Bolonia. Es una rémora que viene de lejos, pero que este proceso, por sus necesidades, pone de relieve. Hace falta más dinero. De las administraciones públicas y sí, también de las empresas, del sector privado, de la sociedad en general. Pero no solo de las multinacionales. También de las pequeñas y medianas empresas. De los emprendedores. A la universidad se le ha criticado en muchas ocasiones su aislamiento, su falta de vinculación con la realidad. Y así otros estudios, más cercanos a las necesidades del mercado, han ganado terreno. Es el caso de los grados de formación profesional. Este proceso es un buen momento para abrir las puertas de la institución.
El precio de la matrícula no será más caro. De hecho los créditos de los grados costarán lo mismo que los de las actuales licenciaturas. Cierto que los que hasta ahora cursaban diplomaturas deberán estudiar un año más, cuatro, y por lo tanto pagar un curso más. Pero es otra de las viejas reivindicaciones, que todos los estudios tuviesen la misma duración. Ahora, con los grados, todos los títulos tendrán cuatro años. Pero la esencia de la universidad como servicio público no se pierde con Bolonia. Esta idea no se extrae de ningún documento, ni de ninguno de los grados que ya están en marcha. No habrá subidas en las tasas más allá de las del IPC o de las que cada universidad apruebe en sus órganos democráticos.
No habrá másteres obligatorios. Aunque en algunos casos serán necesarios para ejercer ciertas profesiones. Es el caso de Ingeniería, por ejemplo. El grado solo acreditará como Técnico, para tener el título de ingeniería habrá que hacer un posgrado. Lo mismo sucederá con los profesores de Secundaria o FP, que deberán cursar el máster correspondientes, siempre que provengan de ramas diferentes a las propias de Educación. Los precios en estos estudios obligatorios para poder ejercer una profesión serán «políticos» y «públicos», según se ha repetido en muchas ocasiones. Aunque no está claro en qué se concretará. El resto, no obligatorios para trabajar, tendrán las tasas que aprueben las universidades, con el beneplácito de los gobiernos autonómicos. Aunque la mayoría de los grados acreditarán niveles semejantes a las actuales licenciaturas.
Bolonia no afecta a las becas. Pero la movilidad de la que habla la declaración exige más inversión en este sentido. En el 2007 se pusieron en marcha además los préstamo-renta que permiten acceder a unas ayudas a interés cero y a pagar en 15 años. Esta modalidad no sustituye a las becas tradicionales que a día de hoy son totalmente insuficientes.
No. Aunque eso es una decisión de cada universidad. Lo que sucede es que diplomaturas y licenciaturas se funden en grados, así que algunos títulos propios de ciclos cortos desaparecen. Otro debate diferente es ver qué sucede con ramas que atraviesan problemas de matrícula desde hace tiempo. Es el caso de los ámbitos de Humanidades y Ciencias Sociales. Es difícil que desaparezcan porque aportan un valor intangible y relevante en cuanto a la calidad a las universidades. En todo caso se introducirán cambios para hacerlas más atractivas.
La mayoría de los grados contemplará la necesidad de hacer prácticas en empresas o instituciones. Equivaldrán a 60 créditos. Bolonia considera esta parte como fundamental en la formación del estudiante. Por lo tanto serán obligatorias. Que estén remuneradas o no, está por decidir. Dependerá de los convenios que establezca cada universidad. En todo caso no está claro qué sucederá. De eso no habla la Declaración de Bolonia.
No está claro. La evaluación continua al alumnado implica trabajo durante todo el curso y por lo tanto el profesor tiene criterios para poner una nota. Otra cosa es que desaparezcan las pruebas. Algunos profesores lo ven claro apuestan por su eliminación. Otros, más cautos, creen que seguirá siendo un buen sistema para determinar los conocimientos adquiridos. En lo que todos coinciden es en que los exámenes finales en los que el estudiante se lo juega todo a una carta ya no tendrán sentido. Por lo tanto, al universitario se le pedirá, ante todo, constancia. Por eso algunos ponen en duda que sea posible trabajar al mismo tiempo que se estudia.