En el corazón de la protesta: Bolonia
REPORTAJE: TIEMPO DE REVUELTA
La Universidad está agitada. Bolonia, una inofensiva declaración destinada a homologar las titulaciones en la UE, ha desatado los temores de los alumnos a que la Universidad acabe enseñando sólo lo que necesitan las empresas. Las protestas se han extendido ya por cinco grandes centros
SUSANA PéREZ DE PABLOS Y J. A. AUNIÓN 07/12/200. El País
- «El fondo de todo esto es qué vamos a poner por delante: el mercado o la sociedad», dice Javi, estudiante de Filosofía
- «Aunque no consigamos nada, hemos ganado porque la gente se está cuestionando las cosas», dice una joven de Derecho
- Los responsables de los campus afirman que los actos violentos le quitan cualquier tipo de legitimidad a la protesta
- Los alumnos temen que la reforma implique la intervención de las empresas en las decisiones académicas
Pablo Pérez, de 20 años y aspecto aniñado, recibe con esta frase al periodista. Participa con otros 30 estudiantes en un encierro en el edificio del rectorado de la Universidad de Sevilla. Acaba de terminar una reunión con representantes de todas las facultades sevillanas. Es hora de cenar en un aula de la Facultad de Historia. Mientras unos comen de los tupperware, otros ven La vida de Brian arremolinados ante un ordenador portátil. Más tarde llegarán los trabajos, las reuniones, la preparación de las «acciones», los carteles, los debates con profesores… lo que toque.
Porque Pablo y sus compañeros pertenecen a ese grupo de alumnos que, para sorpresa de muchos, ha logrado, con pocos medios y mucha perseverancia, levantar a miles de compañeros contra algo tan poco dado a efusiones (a primera vista) como el denominado Proceso de Bolonia. Una protesta que ha inflamado a cinco universidades clave (Autónoma de Barcelona, Barcelona, Complutense, Valencia y Sevilla) y que ha puesto en jaque a las autoridades universitarias y al propio Gobierno. ¿Cómo es posible que una pacífica reforma europea suscrita en 1999 por 29 países en Bolonia (hoy son 46), con la intención de modernizar e internacionalizar la enseñanza superior, se haya convertido, nueve años más tarde, en un catalizador de encierros, manifestaciones, pancartas, pintadas, e incluso algunas coacciones o incidentes violentos que salpican los campus?
Aunque entre la gran masa de universitarios, muchos reconocen estar poco enterados, estos grupos sí han conseguido que el plan Bolonia esté hoy mal visto en los campus españoles. Pero además, con una gran capacidad para conectarse entre sí, este movimiento asambleario ya ha dado el salto a los centros de secundaria, donde informan a los alumnos y les invitan a crear sus propias asambleas. Y todo ello, en un momento en el que ya no hay margen político para dar marcha atrás.
Enfrente tienen a unos responsables universitarios que no han acertado a despejar los fantasmas de la privatización, del mercantilismo y de otros males que se le achacan a la reforma. Los alumnos temen que las empresas acaben interfiriendo en qué y cómo se enseña en la universidad, que las carreras de letras desaparezcan por no ser rentables para el mercado, que haya menos becas y el máster sea la verdadera llave para obtener un buen trabajo cuando es más caro que el Grado, el título de cuatro años que sustituirá a las diplomaturas y licenciaturas actuales.
Lo que se está librando en los campus españoles es una desigual batalla de jóvenes que se comunican en trazos gruesos a través del correo electrónico, Tuenti y otras redes sociales, frente a unos administradores de la reforma que aún confían en el valor de una seca nota explicativa en el tablón de anuncios para difundir los cambios. En el campo de la comunicación, las instituciones están perdiendo por goleada. Y ésa es la causa de que los rectores de las universidades más afectadas hayan pedido ayuda al Gobierno. Pero ¿quiénes son esos alumnos que están poniendo contra las cuerdas a los dirigentes universitarios? Para algunos sólo son una panda de energúmenos descerebrados. Otros, con actitud paternalista, les ven cariñosamente como jóvenes inconformistas que protestan, que es lo que toca a su edad, aunque no comprendan muy bien de qué se quejan. Borja Pérez, alumno al que dejamos en el encierro de la Universidad de Sevilla, saca sobresalientes en la carrera de Geografía y lleva estudiándose los papeles de la reforma desde que llegó hace tres años al campus. Olga Arnaiz tiene 24 y un par de títulos ya a sus espaldas (la licenciatura de Filología Inglesa y un máster en Español como segunda lengua), y otros dos doctorados en camino, uno en la Complutense y otro en la Autónoma de Madrid. Hija de periodista, está en el grupo de comunicación de las asambleas complutenses. Para Laura Flores (19 años), en 2º de Derecho en la Universidad de Sevilla, o Inés Cámara (18 años), en 1º de Bellas Artes en la Complutense, el entusiasmo de exprimir al máximo su vida universitaria parece haberse canalizado a través de la lucha antibolonia.
«Unos lo compaginamos con las clases como podemos, y otros directamente se han olvidado de las clases para dedicarse a esto», dice Mario Souto, estudiante madrileño de Físicas (está entre 3º y 4º) de 22 años. Es cierto que «esto», es decir, el movimiento estudiantil antibolonia, consume una gran cantidad de las horas de los universitarios que forman los grupos, mueven las asambleas de estudiantes, preparan los textos para las mesas informativas, asisten a las reuniones de coordinación con otras facultades, preparan debates y votan las acciones concretas, ésas a las que se unen muchos más alumnos. Esos que le dedican muchas horas pueden ser unos 40 ó 50 en cada facultad. Dicho esto con las prevenciones que hay que tomar cuando se habla de un movimiento asambleario, tan heterogéneo en sus componentes como lo es hoy la Universidad española, que acoge a jóvenes de todas las capas de la sociedad; y tan abierto que para participar sólo hace falta aparecer en una reunión y levantar la mano.
Así, los tópicos, como que los alumnos que se movilizan son poco trabajadores, se desvanecen. Lo reconocen sus propios profesores. Muchos de ellos están perplejos con que sus chicos se hayan metido en las protestas. También está presente en el discurso que se oye en algunas universidades la esencia del mayo del 68, del que en realidad hablan un poco de oídas y con inexactitudes, como advierten algunos docentes. Eso sí, casi todos son de carreras de letras y ellos argumentan por qué. «Es normal porque Bolonia ataca más directamente a las humanidades», argumenta Javi Ruiz, uno de los asamblearios de la Universidad de Valencia. Tiene 19 años y estudia 3º de Filosofía. «Desde el momento en que esta reforma habla de que deben primar criterios de rentabilidad, las carreras de letras están más amenazadas porque es más difícil que las empresas vean rentabilidad en estas titulaciones», añade Javi. Dice además que el movimiento estudiantil se ha despertado por Bolonia cuando se han empezado a ver los nuevos planes. «El mayo del 68 sale inevitablemente a relucir, pero somos conscientes de que esto no es lo mismo, está centrado en la educación. Aunque al fondo de todo lata la pregunta de qué vamos a poner por delante: el mercado o la sociedad».
En Valencia, los alumnos se han encerrado en siete facultades del campus de la avenida Blasco Ibáñez. En Geografía e Historia, Filosofía, Educación, Filología, Psicología, Medicina y Educación Física. También están presentes en los otros dos campus, Burjassot y Tarongers. ¿Cómo se toman siete facultades? Virginia Ballesteros es otra de las asamblearias de esta universidad. Tiene 20 años y está en 3º de Filosofía. «El verano pasado estudiamos la estrategia de encierros que habían empezado el curso anterior en Madrid. Queríamos hacer algo porque no estábamos de acuerdo con nuestro plan de estudios». El relato de varios de sus profesores, que prefieren no ser mencionados, complementa y confirma cómo empezó todo. «Fue en Filosofía. Consiguieron convocar a más de 1.000 alumnos para escuchar al rector, Francisco Tomás, que había accedido a dialogar con ellos. Lograron llenar tres aulas y activaron el movimiento, los demás empezaron a oír hablar de Bolonia en ese momento». Luego decidieron presentarse a las elecciones al claustro para obtener representantes y lo han conseguido, lo que prolongará su presencia y su voz en la universidad más allá de esta revuelta, de los encierros, cuando se acaben. Lo mismo han hecho en los comicios de cada Junta de Facultad. Lo que están haciendo los asamblearios de las otras universidades.
Virginia explica que los estudiantes se comunican a través del correo electrónico, una web y un foro en Internet. Los representantes electos de la universidad les han facilitado además el email de todos los estudiantes. Los alumnos demandan ante todo una mayor inversión en la educación superior y no se explican «cómo se pretende poner en marcha esta reforma a coste cero y con las universidades endeudadas como están». Echan la culpa al Gobierno y a las comunidades autónomas. Los encierros son los principales lugares de encuentro y trabajo. En el del rectorado de la Universidad de Sevilla, el joven Pablo Pérez cuenta cómo han ido aprendiendo desde hace tres años, cuando él entró en la universidad y se topó con la reforma. Después de estudiarla y decidir que no les gustaba, se pusieron en marcha, a informar, a hacer las primeras concentraciones. Tras aquellos titubeantes comienzos en Sevilla, y también en Barcelona, un punto de inflexión fue precisamente «el encierro a la japonesa«, es decir, de trabajo, a principios de 2008 en la Facultad de Filosofía de la Complutense, asegura Carlos Velasco (licenciado en Derecho y ahora estudiante de Antropología en la Universidad de Sevilla): «Allí son muy buenos estrategas», dice.
Estrategas, eso es. El movimiento funciona de la siguiente manera: en cada facultad, asambleas abiertas de alumnos crean distintos grupos de trabajo y comisiones: de comunicación, de financiación (se hacen fiestas, por ejemplo, para sacar dinero para pintura y carteles), de estudio de documentos y redacción de textos… Todo ese trabajo se canaliza en los grupos de coordinación entre las asambleas. En Sevilla, hoy toca asamblea urgente en un aula -al día siguiente se aprueban los títulos de grado de Geografía, Historia e Historia del Arte y se han enterado de chiripa, aseguran-. Cualquiera que haya estado en una asamblea sabe que hay gente con más personalidad, más labia o quizá con más encanto que suele llevar la voz cantante. Hoy, el encuentro ha comenzado con un esfuerzo para marcar los puntos del día y establecer un tiempo para debatir y votar cada uno de ellos. Por supuesto, el tiempo no se cumple y la discusión sobre cómo protestar por la aprobación de los grados al día siguiente se reduce finalmente a tres opciones que escriben en la pizarra:
1. Que los representantes de alumnos entren a la junta, lean un comunicado impugnando la reunión por no haber sido avisados en tiempo y forma, mientras otros alumnos, los que puedan reunir, armen jaleo fuera de la sala;
2. Hacer una cadena humana para impedir que los miembros de la junta entren en la sala;
3. Entrar todos en la sala para armar jaleo e impedir la junta.
Algunos quieren impedirla en cualquier caso mientras los más moderados temen algún tipo de incidente que vuelva a servir para «criminalizarles». Al final, con bastantes abstenciones, gana la opción número uno, pero en cualquier caso, al día siguiente se produce un forcejeo entre los miembros de seguridad y los alumnos cuando salen los profesores de la Junta de Facultad. También reciben insultos y les lanzan bolas de papel.
«Estas acciones, si no violentas, sí agresivas, son incompatibles con el espíritu universitario. Creo que tienen mecanismos de participación para hacer llegar su voz y su opinión», dice el vicerrector de Ordenación Académica de la Universidad de Sevilla, Juan José Iglesias, que está convencido de que el decano de Historia había avisado correctamente a los estudiantes. «Cada vez que se produce un cambio en la estructura de los estudios hay una contestación», añade Iglesias, pero cree que la reforma comporta ventajas académicas y sociales.
El rector de la Complutense, Carlos Berzosa, dice que los estudiantes «tienen todo el derecho a expresarse, discutir y pedir información, pero con sosiego; lo que no se puede tolerar es que no se respeten a las personas o a los bienes públicos, o que se interrumpa el normal funcionamiento de la universidad». A pesar de esta advertencia, su postura, como la de todos los rectores, es conciliadora: «Invitamos a los estudiantes a que participen en la elaboración de los planes de estudios, contamos con ellos para llevar a cabo una enseñanza de calidad».
El color de las pintadas contra Bolonia es lo único que da la idea de que algo está pasando en la Universidad Autónoma de Barcelona. Las pintadas están por todas partes. En los puentes, el suelo, las paredes, las escaleras… En la Autónoma se respira un aire tranquilo, de total normalidad. Sin embargo, en ella se encuentra uno de los principales focos antibolonia. El campus es como una pequeña ciudad. Está en mitad del campo, tiene aire moderno, a pesar de que se construyó hace ya varias décadas, es un espacio enorme que acoge a 40.000 estudiantes. Los campus en los que han calado más las revueltas tienen el denominador común de ser de los más grandes del país.
«Ahora mismo hay ya cinco facultades ocupadas: Letras, Comunicación, Psicología, Educación y Políticas, hay encierros y no se da clase, aunque en Políticas, parcialmente». Hace el recuento uno de los asamblearios de Letras, Sergi Caravaca. Los estudiantes impiden de diversas maneras que se celebren las clases, con tambores, cortando el paso al profesor… Pero en ninguna se respira un ambiente tan combativo como en Letras, facultad en la que hay unos 4.000 alumnos repartidos en sus ocho carreras. Unos profesores viven la situación, que lleva meses enconada, con tensión. Otros dicen que les entienden. El principal motivo de debate estos días en sus asambleas es la situación de los 27 alumnos que siguen expedientados y que pueden ser expulsados entre uno y 11 años de esta universidad, por hechos ocurridos el 29 y 30 de mayo pasados. Las versiones de los alumnos y del rectorado de lo que sucedió para que se les expedientara por desorden público y daños materiales coinciden en lo general, pero no en los matices.
Los alumnos consideran que reivindicaron con pancartas y silbatos su derecho a asistir a la Junta Permanente y que no se les permitió, como resume Gemma Amorós, una de las expedientadas. Tiene 21 años, ha terminado la diplomatura de Educación Social y estudia Antropología, una carrera de segundo ciclo. Describe los actos como normales, no cree que fueran violentos. La cuestión es que entre 150 y 200 alumnos acabaron subiendo al despacho de la decana a pedirle explicaciones, según explica esta alumna. A la entrada del decanato hay una doble puerta que estaba cerrada y cedió, según Gemma. El rectorado dice que la rompieron. Visto desde dentro, algunos docentes declaran que pasaron miedo y que lo han sentido en otras ocasiones.
Gemma no lo ve como una coacción y asegura que no era su intención. Acabaron pidiendo explicaciones en el rectorado, donde les impidieron la entrada varios guardias de seguridad. Uno de ellos, que acabó desmayado y con contusiones, ha presentado una demanda contra los alumnos. El rector, Lluís Ferrer, ha accedido a que la universidad se retire como acusación, pero está en su mano el difícil papel de resolver los expedientes. Algunos rectores de los centros en los que ha habido problemas están afectados. El resto se ha solidarizado con ellos a través de un comunicado enviado con la Conferencia de Rectores.
En las universidades hay variedad de opiniones de alumnos, profesores, personal…. Unos ven estas revueltas como «cosas de jóvenes», otros creen que hay que tomar medidas. Lluís Ferrer dice que nadie puede desear un modelo de universidad «en el que se permita que grupos de alumnos interrumpan las clases con la promoción de la calidad de los estudios y de la innovación». «Hay que escoger una cosa o la otra y tiene que haber unas reglas mínimas en las que no entran las agresiones físicas ni materiales», añade el rector. «Al final, me temo que todo esto va a perjudicar a la universidad pública y va a beneficiar a la privada».
Sergi Caravaca dice que piden la retirada de los expedientes. Cuando empieza a explicarlo se inicia una asamblea en el vestíbulo de la facultad, donde están acampados los estudiantes con todos sus enseres, cacerolas incluidas. Entonces prefiere seguir más cómodamente en el aula que han habilitado como sala de prensa. ésta es una de las cuatro peticiones de los estudiantes de la Autónoma. La segunda es un «referéndum vinculante» en el que toda la comunidad universitaria vote si se paraliza el proceso de Bolonia. Ya se les ha permitido un referéndum en todos los centros catalanes, pero no vinculante. «Queremos además el aumento de la inversión pública para poner en marcha el proceso de Bolonia». Sergi enseña con orgullo los murales, muy trabajados, que han hecho dentro de la facultad sus compañeros. Muchos de los estudiantes les apoyan pero ya hay una gran cantidad que pide que la vida académica vuelva a la normalidad. «Si quieren que siga el encierro, estamos de acuerdo, pero queremos que vuelva a haber clase, es también nuestro derecho, hemos pagado los créditos y nos preguntamos qué vamos a hacer entonces con los exámenes cuando llegue febrero». Corean estas opiniones Guillem, Celia, Óscar y María. Tienen entre 23 y 24 años. Reconocen que no están bien informados y piden que las instituciones hagan algo para explicarles las cosas con más exactitud. Todos ellos trabajan. De dependientes, dando clases de inglés, poniendo copas en un bar o de ayudante de cocina en un restaurante. La heterogeneidad del alumnado está haciendo que unos pidan comprensión a otros.
Muchos alumnos de los que no están participando en las asambleas, aunque se manifiestan en contra de Bolonia, tienen ideas confusas sobre lo que implica. Afirman cosas como que «va a desaparecer la carrera de Historia del Arte», medida que negó el Gobierno hace dos años, o que las becas van a desaparecer y sólo va a haber préstamos-renta, un dinero que se ofrece para cursar un máster y que el alumno debe devolver cuando ya esté trabajando. Las universidades y el Gobierno lo han negado reiteradamente. Pero los estudiantes consideran que este sistema les «hipoteca para toda la vida»; lo que, acompañado del miedo a que éstas sustituyan a las becas clásicas a fondo perdido, ha logrado enganchar a muchos alumnos en el movimiento. Eso, y por supuesto la temida financiación privada -muchos se quejan de la proliferación, ya, de cátedras patrocinadas por empresas- y la consecuente eliminación, tarde o temprano, de las carreras que no sean rentables para el mercado (sobre todo, las de humanidades).
Cerca, a unos 15 kilómetros, está la ciudad. En pleno centro, otros estudiantes han tomado el rectorado de la Universidad de Barcelona y tres facultades. Dentro del vestíbulo hay una veintena de alumnos y en la puerta, otros dos miembros de la asamblea. Es la una de la tarde y echan una partida de ajedrez rodeados de pancartas contra Bolonia. Son Javier Guillén, de 27 años, y Bernat Gispert, de 20. Ha ganado Javier. Los dos estudian 1º de Filosofía. Es la segunda carrera de Javier, licenciado en Filología Hispánica. La imagen de estos chicos es muy distinta entre sí, como la de muchos estudiantes de las asambleas. Hay de todo. Unos llevan rastas, otros pañuelos palestinos, pero también hay muchos con una imagen clásica, camisa de rayas y jersey de pico. En la Universidad de Barcelona no han parado las clases, explican estos alumnos. «No sería coherente, si lo que defendemos es una mayor calidad de la enseñanza». Creen que la salida al conflicto pasa porque se informe bien sobre el proceso de Bolonia y sobre lo que de verdad implica. Echan la culpa al Gobierno y a las universidades, y dicen que habrá que buscar soluciones problema por problema: «Qué pasa con las becas, con el precio de los másteres, con la mercantilización que implica Bolonia…».
Todos le están dedicando muchas horas. ¿Por qué tanto esfuerzo y tanta entrega? Para empezar, parece que hay una especie de cabreo democrático, porque no sienten ni que les hayan explicado la reforma ni que les hayan consultado (tampoco se sienten muchas veces representados por los alumnos que están en los órganos de la universidad, aseguran).
Laura Flores, la alumna de Derecho de 19 años, se pasa buena parte del encierro en el edificio del rectorado de la Universidad de Sevilla en una sala distinta a la de sus compañeros, estudiando. Hija de abogado, Laura llegó el año pasado a la facultad con ganas de formarse más allá de las clases, buscando «un espacio de crítica, de debate, pero no existía», dice. Así se encontró de bruces en una asamblea estudiantil con el tema de Bolonia. «Queremos que nos escuchen. En Derecho, nos enseñan qué es la democracia, el Estado de Derecho y ves que no funciona en realidad». Ahora está completamente implicada en las movilizaciones: «Tenemos exigencias de máximos , pero también de mínimos, siendo realistas, como que no haya precios excesivos en las matrículas. Pero aunque no consigamos nada, ya hemos ganado, porque la gente se está cuestionando las cosas y cuando salen de la universidad ven que las cosas tampoco funcionan». Es decir, se acercaron al tema con enfado y con recelo, pensando que se lo estaban ocultando por alguna oscura razón.
Tienen una cierta noción de lo público, quizá absolutamente pura, que choca con esa realidad. «¿TVE es una televisión pública? ¿Realmente cumple su función como servicio público, teniendo que competir por la audiencia, por la publicidad?», se pregunta Nicolás Cardozo, almeriense de 20 años que estudia en Madrid 3º de Comunicación Audiovisual, cuando habla de que la mercantilización se puede dar aunque la titularidad de la universidad siga siendo pública. «Reivindicamos una serie de servicios públicos, una sociedad más justa, mejor estructurada», dice Verónica Caballero, alumna de 21 años de 4º de Medicina, encerrada la semana pasada en la Complutense. Admite que su carrera apenas cambia con la reforma, pero en el caso de Madrid, dice, se ven afectados en una doble vertiente, en la universidad y en la «privatización» de la sanidad (en Madrid se están acercando a otros movimientos a favor de la sanidad). «Las bondades del sector privado, eso que se dice de que funciona mejor, son una falacia. La financiación pública sí puede funcionar, y mejor que la financiación privada», afirma, a su lado, María Herranz, de 21 años, y también en 4º de Medicina.
También tienen un fuerte sentimiento de pertenencia a la universidad, donde se pasan de la mañana a la noche. «La Universidad no le pertenece ni a los rectores ni a los ministros. La universidad somos los estudiantes, los profesores y el resto del personal». Y ahí volvemos al principio, al hecho de que siente que no se ha contado con ellos, a esa especie de déficit de participación democrática -«ves pasar la vida por delante de ti, pero no participas», dice Carlos Velasco-, a esa precariedad laboral a la que se ven abocados, sobre todo muchos licenciados en humanidades.
El futuro de este movimiento es difícil de predecir. Hay profesores que creen que los encierros son difíciles de mantener durante largo tiempo. Y estudiantes de a pie que no quieren bajo ningún concepto que los antibolonia paren las clases. El Gobierno se ha comprometido a hacer un esfuerzo para aclarar lo que es cierto que puede pasar y lo que no. Sin embargo, la maquinaria organizativa de este movimiento sigue en marcha. De momento, ya han conseguido centralizar la información de asambleas de toda España a través de una única página web. Y, aunque los asamblearios no sean mayoría, prometen seguir en su empeño.
Bolonia, en pocas palabras
En 1999 se firmó la Declaración de Bolonia para poner en marcha la idea de una universidad europea homologable, en la que alumnos y profesores puedan moverse entre los países del viejo continente sin trabas (o con las menos posibles) para estudiar y para trabajar. Se trata de un compromiso firmado por los responsables educativos de los gobiernos; no es una directiva de la UE, de obligado cumplimiento. Pero, a pesar de las distintas velocidades de cambio, los detalles o universidades que se bajan del tren, como las grandes écoles francesas, los acuerdos se han hecho realidad.
El primero, para hacer homologables los títulos en todos los países, es el esquema común basado en el modelo anglosajón, dividido en grados de tres o cuatro años (en España, el Gobierno aprobó que durarán todos cuatro y sustituirán a licenciaturas y diplomaturas), másteres de especialización de uno o dos años y doctorados. Las otras claves son la renovación de los planes de estudio. En los nuevos créditos cuentan tanto la asistencia a clase como el trabajo en casa y las prácticas. Lo importante será el trabajo del alumno dentro y fuera del aula; el profesor debe guiarle y hacer un trabajo personalizado. También se pretende mejorar las salidas laborales de los titulados con los nuevos currículos. En España, todas las carreras deben estar adaptadas al esquema europeo en el curso 2010-2011. Este año se puede estudiar un centenar de grados en 33 campus españoles, 16 de ellos, públicos. –
Alumnos frente a rectores y Gobierno
– Los alumnos contrarios a Bolonia sostienen que la reforma implica la mercantilización de la Universidad pública al recibir financiación privada, que van a eliminarse tarde o temprano las carreras que no sean rentables para el mercado (sobre todo, las de humanidades), que se va a controlar la asistencia a clase y que el cambio hará subir las tasas. Y afirman que las becas-préstamo (que hay que devolver) sustituirán a las becas de toda la vida. También temen que los nuevos grados sean generalistas para hacer titulados precarios y la especialización llegue con el máster, con matrícula más cara. Piden la paralización del proceso y que se abra un amplio debate sobre una reforma que, aseguran, nadie les ha consultado.
– Los rectores y el Gobierno apoyan la discusión. Han reconocido que es necesario buscar más financiación privada, pero aparte de que esto no tiene nada que ver con Bolonia, aseguran que la inversión pública no se verá afectada, ni tampoco su independencia. En cuanto a las becas-préstamo, de momento son sólo para los másteres, y el Gobierno asegura que las becas de toda la vida seguirán aumentando. El máster es ahora más caro que el grado, pero son las comunidades quienes fijan su precio dentro de una horquilla que marca el ministerio. Algunos rectores están dispuestos a revisarlo. Estos dos últimos puntos tampoco tienen que ver con Bolonia. La nueva estructura de las carreras, sí. Aseguran que mejorará las salidas laborales, que no se eliminarán carreras y que la Universidad seguirá siendo accesible para todos. –