La Universidad española sigue a años luz de las mejores del mundo

Pese a las sucesivas reformas legislativas, sólo tres centros aparecen entre los 300 mejores del mundo, según la última clasificación de Shanghai Jiao Tong
JUANJO BECERRA | ARNAL BALLESTER: El Mundo
Cuando el Congreso de los Diputados apruebe el proyecto de reforma de la Ley Orgánica de Universidades (LOU), que el lunes empezó a debatirse, la Universidad española recibirá su tercer marco normativo en los últimos seis años. Sin embargo, tanto cambio en las reglas del juego no ha servido, ni por asomo, para aproximarnos a las mejores instituciones de educación superior del mundo.
Según la última clasificación elaborada por la Universidad de Shanghai Jiao Tong, presentada recientemente, sólo una universidad española, la de Barcelona (UB), merece estar en el ‘top’ 200. Si se amplía la lista hasta las 300, aparecen otras dos: la Autónoma de Madrid y la Complutense. En los siguientes 100 puestos constan otras dos: la Universidad de Valencia y la Politécnica de Valencia. Finalmente, por los cien últimos lugares que recoge el ‘ranking’ se dejan ver la Autónoma de Barcelona, la Universidad de Granada, la de Sevilla y la de Zaragoza.
En total, nueve instituciones del top 500 mundial, un panorama nada alentador. Es más, sólo las tres primeras aparecen entre las 100 mejores de ese Espacio Europeo de la Educación Superior (EEES) que se quiere construir y que, con todos los peros y las apostillas que se le quieran poner, aún nos viene grande.
Uno de los ‘regates’ que ha aprendido a hacer nuestra Universidad es alegar que hay clasificaciones de todos los colores y que sus resultados dependen de los criterios que se empleen. La otra clasificación de referencia en este campo, la que elabora el diario británico ‘The Times’, sólo incluye a un centro español en su ‘top’ 200. Curiosamente, es el mismo que en el informe de Shanghai, la UB.
Y no es de extrañar esta coincidencia si se tiene en cuenta que España sólo ha colocado a 20 de sus investigadores entre los más citados del mundo, según las estadísticas de referencia elaboradas por Thomson-ISI, y apenas la mitad de ellos está vinculada directamente a la Universidad.
Igual de nítido que el mal estado de salud internacional de nuestra educación superior, estos ‘ranking’ destacan que los mejores sistemas universitarios del mundo son el estadounidense (17 de los 20 primeros centros, según Shanghai, y 11 según ‘The Times’) y el británico, representado en ambos informes por la excelencia y la tradición de Oxford, Cambridge y otras instituciones, como el ‘Imperial College’ y la ‘London School of Economics’.
Lo curioso es que el mal papel de las universidades españolas en estos estudios contrasta con el éxito absoluto de nuestras escuelas de negocios. Según el ‘Wall Street Journal’, ESADE es la mejor del planeta y otras dos, el Instituto de Empresa y el IESE están entre las 20 primeras. Este dato hace inevitable la conclusión de que si se hacen bien las cosas, los resultados llegan, y la vía más rápida pasa por intentar contar con los mejores alumnos y profesores.
En lo que, desde luego, coinciden los cinco expertos consultados por CAMPUS es en que aproximarse a las mejores universidades del mundo pasa por imitar su exigencia en la selección de docentes, investigadores y alumnos.
Actualmente es profesor de Literatura Comparada de la Universidad de Fukuoka, pero Hitoshi Oshima comenzó su carrera académica en la Universidad de Tokio, la mejor de las asiáticas según el informe de Shanghai y la número 19 del mundo.
Según Oshima, son varios los factores que explican el éxito de la institución: una «exigente» política de «admisión de estudiantes», «la conciencia de élite que se cultiva dentro del campus»; «el apoyo del Gobierno» en mayor medida que otros centros y «el fuerte vínculo con las universidades europeas y americanas desde su fundación, en el siglo XIX». La selección del profesorado se hace por un procedimiento similar al español aunque, en ocasiones, «se contacta directamente con la persona deseada por el departamento y se la rescata». Pese a las grandes diferencias, este docente japonés aventura un denominador común de la educación superior de Asia oriental (China, Japón y Corea): «La relación paterno-filial que caracteriza la relación profesor-alumno, por influencia de la tradición confuciana». No obstante, Oshima considera que el resto de universidades japonesas y asiáticas han ido limando diferencias desde los 70. «El elitismo y el vínculo estrecho con el Gobierno fueron duramente criticados», comenta, «y bajó la calidad».
También se produjo un proceso de independización respecto al Estado que ha tenido sus consecuencias. «La Universidad de Tokio se está orientando hacia las demandas de la economía de mercado, cosa que no ocurría fácilmente en el siglo pasado», plantea Oshima.
Es profesor de Ingeniería Eléctrica en la Universidad de Princeton, octava del mundo según Shanghai y décima según The Times. No obstante, ha realizado estancias en otras importantes universidades del mundo, como la de California en Berkeley y el Instituto Tecnológico Technion de Israel. Con este bagaje, Verdú subraya dos factores «vitales» para el éxito de los centros superiores norteamericanos. Por un lado, la diversidad de sus científicos. «Las grandes potencias científicas han caído en picado en cuanto los fundamentalismos religiosos o raciales han suprimido la diversidad», recuerda, para destacar la «gran movilidad interna» de los EEUU y su «espectacular capacidad para atraer e integrar al talento que viene de fuera de sus fronteras».
Por otro, «la estructura piramidal del profesorado» en Europa y Japón. «Menos jerárquico» es, a su juicio, el sistema americano», en el que «los recién doctorados tienen libertad para marcar sus propias pautas y elegir sus temas de investigación». Según Verdú, «las ideas realmente innovadoras surgen de las mentes jóvenes; por tanto, hay que hacer lo posible para proteger su independencia». En cuanto a la selección de los docentes, resalta que «la tradición de excelencia es hereditaria» y, por tanto, «el profesorado de alto nivel científico tiene interés en contratar a profesores excelentes» y viceversa.
Es catedrático en la Universidad de Columbia (puesto 7 según Shanghai, 12 según The Times), aunque se doctoró en Harvard y también impartió clases en Yale. Desde esa experiencia afirma que «el sistema universitario americano es bueno, principalmente, porque fomenta la competencia entre universidades en todos los niveles» y destaca que «no es casualidad que, en español, la palabra opuesta a competencia sea incompetencia».
Esta apuesta se trasluce en la selección del personal. «Los profesores de un departamento deciden a quién quieren contratar», recuerda el profesor catalán, aunque la decisión debe superar un comité interdisciplinario que maneja informes evaluadores anónimos realizados por expertos de todo el mundo que, como tales, no tienen en cuenta el pasaporte. «Nunca me han preguntado de qué país soy. La nacionalidad del candidato es absolutamente irrelevante», subraya Sala i Martín.
Es venezolano, pero trabaja como profesor de Ingeniería Química del Imperial College de Londres (novena del mundo, según The Times), aunque podría haberlo sido de la Universidad de Sevilla, donde trabajó como contratado Ramón y Cajal en 2004.«Debido a las trabas burocráticas, un año y medio después de llegar aún no tenía todos los visados para mi familia», recuerda Muller. La comparación es odiosa. «Al mes de concederme la plaza en el Reino Unido, ya me habían conseguido los visados», comenta, antes de confesar que, «en igualdad de condiciones, habría preferido Sevilla». Sintomático.
«¿Cómo es posible que para contratar a un profesor en España, éste tenga que ser funcionario, homologar su título, pasar penurias para obtener un visado..?», se pregunta Muller. En el Reino Unido, ha podido comprobar como «el desempeño de los departamentos es medido muy de cerca y, por ende, es de interés que todos sus miembros produzcan al máximo, pues de eso depende el sueldo de todos». En España, sin embargo, «no pasa nada» si un docente lleva años sin publicar un artículo o conseguir un proyecto. Tanto es así, que «los departamentos sin éxito pueden llegar a desaparecer, cosa que no es infrecuente».
Acaba de regresar a su puesto como profesor titular de Periodismo Científico en la Carlos III de Madrid después de un año en la London School of Economics (LSE, 17a del mundo según The Times) como profesor visitante. A su juicio, el éxito de las universidades británicas se debe a tres factores.
El primero, que «intentan reclutar a los mejores profesores del mundo y, además de los currículos que les llegan, tienen un sistema de ojeo similar al de los clubes de fútbol». Se da otra importante diferencia de enfoque. «EnGran Bretaña te contratan por lo que puedes ofrecer en el futuro, y en España, en general, es la consecuencia de lo que has hecho en el pasado», sugiere Elías.
El segundo factor, que «asumen riesgos intelectuales y académicos, fomentando la interdisciplinariedad y la contratación de gente con perfiles singulares»; y la tercera, la exigencia en la selección de estudiantes. Elías aporta un curioso dato sobre la procedencia del profesorado de la LSE:«El 44% procede de países diferentes a Gran Bretaña, y sólo la mitad de ese porcentaje es de la Unión Europea».
Las públicas también tienen éxito Los defensores del modelo privado suelen citar a las instituciones americanas como ejemplo de que una mayor independencia de los gobiernos garantiza mejores resultados. Sin embargo, en el modelo americano existe una gran diversidad de situaciones en ese sentido, como señala Xavier Sala i Martín. «De las mejores universidades del mundo según el ranking de Shanghai, 17 son americanas. De éstas, ocho son públicas», afirma.
De hecho, la cuarta universidad del mundo, la de California en Berkeley, es pública; y también lo son las de Wisconsin (16a) y Michigan (21a). Sí es cierto que, como puntualiza Sala i Martín, «las públicas no dependen del Estado, ni están obligadas a contratar funcionarios y enseñar lo que dicta la burocracia estatal ni los lobbies de profesores», sino que «compiten con las privadas en todos los aspectos». En todo caso, aclara que tampoco es fácil que las universidades privadas acepten presiones de sus financiadores.
Aunque existe gran disparidad entre los centros punteros, los expertos detectan a un denominador común