Más del 15% de los estudiantes de 1° y 2° de ESO fumarán este curso

Estudio sobre la iniciación en un hábito nocivo para la salud.
Los adolescentes sisan el tabaco a los padres o lo compran en bares y estancos que infringen la ley.Según algunos informes, la influencia familiar es un factor clave en la iniciación a este vicio.
13/09/2008 RAFA JULVE. El Periódico de Aragón
Dos menores de edad fuman un cigarrillo, la semana pasada, en una plaza.
Foto:FERRAN NADEU
Unos, porque empezarán este año el instituto y, claro, ya serán mayores. Otros, porque han pasado a segundo de ESO y tendrán que demostrar que ya no son los más pequeños. La cuestión es que miles de niños de 13 años no solo aprenderán este curso las ecuaciones de primer grado o las capitales del mundo. Muchos –más del 15% de los escolares en esta franja de edad, si se tienen en cuenta los datos más optimistas– aprenderán también a fumar, porque esa es la etapa en que los escolares empiezan a flirtear con el tabaco, según estudios como la Encuesta estatal sobre el uso de drogas en enseñanzas secundarias.
Da igual que la ley les prohíba comprar cigarros hasta que no tengan 18 años. Basta con que se lo propongan para conseguirlos. Se los sisan a los padres, los piden al hermano mayor o, incluso, los adquieren en algunos bares, estancos y quioscos que no ponen impedimentos para que un niño dé unas caladas.
Miguel no se acuerda de cuándo empezó a fumar, «hace un año y pico, más o menos». Ahora tiene 15, asegura, mientras apura un pitillo. Compró una cajetilla en un bar hace unos días y aún le quedan unos cuantos. «Me fumo tres o cuatro al día. Cuando se acaban, voy a un sitio donde no tienen el mando para activar la máquina y donde no me preguntan la edad», explica.
EL EJEMPLO DE LOS PADRES
Los informes sobre tabaquismo infantil indican precisamente que la influencia familiar es un factor clave en la iniciación en este vicio. Un padre que fume difícilmente convencerá a su hijo de que no lo pruebe. Tenga 13,1 años, como indica la encuesta estatal, o tenga menos, como concluyen otros informes.
A medida que los chavales van creciendo, la cifra de los que han catado el tabaco se incrementa notablemente, hasta que, a los 18 años, más de la mitad reconocen haber experimentado con los cigarros. «Y desgraciadamente, de los adolescentes que lo han probado, cerca del 60% se engancharán; por eso tenemos una prevalencia media de adictos en torno al 27% en los adultos», asegura Rodrigo Córdoba, portavoz del Comité Nacional para la Prevención del Tabaquismo (CNPT).
Los más pequeños acceden al tabaco a través de lo que arañan a sus padres o gracias a la (dañina) colaboración de amigos o de familiares de más edad. En el caso de los mayores, el abanico de opciones se amplía. Tal vez en casa lo tienen más difícil porque las sospechas paternas han aumentado, pero muchos han perdido la vergüenza inicial, o han recopilado la información necesaria, para saber en qué locales no les preguntarán la edad. «Además, siempre puedes comprarlo en la salida del metro, que seguro que no te piden nada», dice Rubén, un chico de 16 años que ni siquiera tiene que recurrir a los cigarros de estraperlo. Aparenta 18, y difícilmente le reclamarán el DNI.
Es casi imposible evitar que algunos menores accedan al tabaco y quieran probarlo. Lo que hay que combatir con más ahínco es la cifra de adolescentes que fuman habitualmente, admiten los expertos.
La nicotina genera adicción instantánea
Un estudio concluye que el mono afecta a los fumadores antes de lo que se pensaba.
13/09/2008 EL PERIÓDICO
MANIFESTACIÓN DEL HÁBITO Según DiFranza, el hábito ya se manifiesta con los primeros cigarrillos, aunque su consumo sea muy discreto, incluso de dos a la semana. Desde 1997, fecha en que el médico estadounidense empezó a buscar respuestas para explicar los entresijos del tabaquismo, sus trabajos y los llevados a cabo por otros equipos de investigación han respaldado sus hipótesis sobre cómo los fumadores noveles caen en las garras de la nicotina más pronto de lo que los mismos jóvenes podían llegar a imaginar.
He aquí un par de cifras representativas: el 10% de las personas que se enganchan al tabaco notan los síntomas habituales de adicción a los dos días de su primer cigarrillo; del 25 al 35%, antes de que haya pasado el primer mes. Estas son las principales conclusiones a las que llegaron los expertos tras un exhaustivo sondeo estadístico entre la población fumadora. DiFranza explica estos resultados en el número de julio de la revista Investigación y Ciencia.
Según el médico, «en numerosos casos la adicción se iniciaba muy pronto; en general, un mes después del primer cigarrillo». No obstante, el autor aclara luego que «durante las primeras semanas aparecían los síntomas de habituación» y que, «por término medio, los adolescentes fumaban solo dos cigarrillos por semana cuando empezaron a notar los primeros síntomas».
Esto no es todo. Los resultados también indican que «la temprana aparición de los síntomas como el deseo de cigarrillos o los intentos fallidos de dejar de fumar multiplicó casi por 200 las probabilidades de que esos jóvenes se convirtieran en fumadores diarios».
Tal reparto de conclusiones parece chocar con la idea de que uno se engancha cuando empieza a consumir un cierto número de pitillos al día y que el mono de fumar se manifiesta tras un cierto tiempo siguiendo ese ritmo de tabaquismo.
MODELO FISIOLÓGICO Para explicar las estadísticas, Joseph R. DiFranza y otros investigadores están estudiando las bases fisiológicas que rigen la adicción a la nicotina. Los especialistas han propuesto un modelo que explica la aparición de síntomas de abstinencia en personas que empiezan a fumar. De acuerdo con el modelo, cualquier persona mantiene un equilibrio entre el deseo y la inhibición de este.
Es como una balanza. Si el sujeto tiene hambre, por ejemplo, la balanza se decanta por el deseo. Tras comer, el sistema inhibidor suprime el deseo y la balanza se reequilibra de nuevo; el hambre cesa.
En el caso del tabaco, la nicotina del primer cigarrillo inhibe el deseo de fumar, un deseo de hecho inexistente, puesto que el sujeto nunca había fumado anteriormente. Entonces, el cerebro intenta reequilibrar el sistema, por lo que crea unas adaptaciones que potencian el deseo y que, además, perduran en el tiempo. La nicotina desaparece del cerebro y con ella la inhibición del deseo, que ahora ya sí existe.
Así, en ausencia de alcaloide, afloran aún más las ganas de fumar y, de este modo, las primeras caladas generan el deseo de seguir fumando con asiduidad. Solo falta que DiFranza demuestre su modelo.