Repetidores y zoquetes
El 40% del alumnado de 15 años ha repetido ya algún curso. Cualquier empresa cerraría con un 40% de pérdidas, sin embargo en el sistema escolar no pasa nada, sus responsables tienen enormes tragaderas.
11/02/2009 ANTONIO Aramayona(*)en El Periódico de Aragón
Llegan algunas cifras quedamente, como si apenas tuvieran importancia, aunque deberían mover inmediatamente a la reflexión, pues son de enorme relevancia para el presente y el futuro de nuestro país: el 40% del alumnado de 15 años ha repetido ya algún curso. En este dato no está incluido todo el alumnado que ha ido pasando curso a curso, evaluación a evaluación, a duras penas, cargado de insuficientes y de asignaturas pendientes.
Ese 40% de repetidores solo comprende a los que al menos una vez en su trayectoria escolar han sido considerados incapaces de seguir el proceso prefijado de aprobar unas materias tras nueve meses de haberlas cursado. Ese 40% contiene también a los que en su libro Mal de escuela (Mondadori, 2008) Daniel Pennac denomina «zoquetes».
Una empresa cualquiera cerraría con un 40% de pérdidas. Un comercio cualquiera se vería constreñido a plantearse la liquidación de existencias y su cierre si el 40% de sus clientes mostrase la ineficiencia de ese negocio. Sin embargo, en el sistema escolar parece no pasar nada, pues allí los agentes responsables, prietas las filas e impasible el ademán, tienen unas enormes tragaderas, donde cabe todo, sin que ocurra nada.
En una sesión de evaluación cualquiera, el profesorado puede asimilar estos y otros peores datos sin cuestionar nada ni sentirse cuestionados por nada. Sólo es cuestión de echarle la culpa al vecino, para así lavarse las manos. La Administración se limitará a hacer tres cuartos de lo mismo, ofreciendo a los medios de comunicación una explicación que parezca lo más verosímil posible y unos proyectos de mejora a medio o largo plazo. La cuestión es abrir el paraguas, eludir el chaparrón y esperar que el sol salga por algún lado.
LA TASA de titulados en Bachillerato y Formación Profesional de grado medio en Aragón ha caído cuatro puntos desde 2003, situándose ahora en el 67%. Y Pennac regresa para recordarnos qué ocurre con el silenciado 33% restante, donde siguen remoloneando aún sus «zoquetes».
El sistema no funciona bien, pues de un joven que ha pasado de los tres a los dieciocho años acudiendo a un centro educativo se debe esperar como mínimo que cuente con una adecuada y suficiente formación personal y profesional para desenvolverse en la vida, pero lo que realmente garantiza el sistema es que nadie es responsable de nada. Con ello, ante cualquier dato negativo, por muy alarmante que sea, nadie se sentirá interpelado a reaccionar.
Daniel Pennac habla de la educación desde la mirada del «mal alumno», del «zoquete». él mismo, ahora que es un escritor de prestigio, confiesa haber estado fatalmente convencido de ser un pésimo estudiante, un zoquete cargado de dolor, angustia y recelos.
Pennac relata los automatismos reactivos y los mecanismos de defensa que genera un muchacho que se ve excluido del engranaje «normal» del sistema de enseñanza: un zoquete no vale para nada, es culpable de su torpeza, y se repite una y otra vez que nunca conseguirá llegar a lo que le dicen que debe alcanzar. La escuela es para el zoquete una pesadilla que le persigue interminablemente, un trampolín hacia la descalificación y la reprobación.
Sin embargo, en pleno marasmo, en plena oscuridad de un túnel que parece sin salida, el zoquete Daniel Pennac se encuentra, ya adolescente, con algún profesor que lo invita y le incita a bucear dentro de sí, a descubrir sus auténticas capacidades, a sentirse valorado, confortado, estimulado, alentado y querido.
Y se produce entonces una verdadera metamorfosis: el zoquete decide ser él mismo, labrar su propio camino, que no tiene por qué coincidir con los programas, currículos y baremos del sistema educativo.
Daniel Pennac denomina a este proceso «presente de encarnación»: en lugar de convertirse rutinariamente cada cincuenta minutos que dura una clase en oyente pasivo de las asignaturas que van desfilando a lo largo de la jornada escolar (ese proceso solo lo lleva a cabo con éxito esa minoría de los alumnos «buenos»), instalarse en un presente activo, concentrado en el valor de lo que acontece en cada instante, consciente de sí mismo, presente en el ahora, sin dispersión, sin hipotecas en aras de proyectos y promesas futuros.
EL PROCESO educativo debería ser como una orquesta que trabaja la misma sinfonía y no como un regimiento marcando el paso: cada alumno toca su instrumento, y el profesorado no le pide al trombón que suene como la viola, pues conoce las características de cada músico e intenta hallar la armonía del conjunto. En esa orquesta se sienten importantes también los presuntos zoquetes, que tratan de llevar el compás con su triángulo.
A algunos este «presente de encarnación» puede parecerles una soberana idiotez. Así se explican las escasas reacciones ante el hecho de que el 40% del alumnado a los 15 años ha repetido algún curso o incluso lo han convencido de pertenecer al pelotón de los zoquetes.
(*)Profesor de Filosofía