Retos para educar en convivencia
La comunidad escolar busca formas de acabar con los conflictos en las aulas sin dramatizar
C. M. / J. A. A. – Madrid | EL PAÍS – 13-11-2006
Cuando se tiene la oportunidad de visitar algunos institutos de zonas y comunidades distintas, de la ciudad y del campo, se rememoran sin dificultad los tiempos de bachiller. No parece que haya grandes diferencias con los institutos de hace años. Pero la vida se mueve y los profesores sí detectan algunos cambios en los nuevos alumnos. No en la violencia, sin embargo, tantas veces mencionada en los últimos tiempos. Y no con mucho tino, a decir de los expertos. La violencia, con toda su crudeza, de la que se quejan algunos profesores, ocurre de forma episódica, cuando algún padre o algún alumno agrede a un profesor (otra cosa es el acoso).
La mayoría de los profesores y los alumnos cree que las relaciones entre ellos es satisfactoria y un 5,2% de los docentes ha observado agresiones hacia ellos, según los últimos estudios de la Fundación Hogar del Empleado. La violencia no se puede generalizar, afirman tanto los profesores como los estudiosos de estos conflictos, sin que por ello haya que quitarle gravedad al asunto, dicen.
Bien distinta es la indisciplina, y ahí sí se observan cambios. La educación obligatoria se ha extendido hasta los 16 años y a esas edades, el alumno que ha decidido no estudiar se dedica a perder el tiempo, en el mejor de los casos, o a incordiar a los demás. «Estamos de acuerdo con la escolarización hasta esa edad, incluso más, si se quiere, pero bien atendidos; escolarizar no es aparcar», se queja el presidente de la Federación nacional de Directores de Institutos (Fedadi), José Antonio Martínez, que trabaja en institutos desde hace 27 años. «Todos los niños no pueden hacer lo mismo hasta esa edad. Deben diversificarse las enseñanzas para acoger a todos, sin que sean vías muertas o cerradas, que les permitan después la continuación de otros estudios». Fedadi propone varias medidas para mejorar convivencia en las aulas
Martínez cree que los niños hoy están más espabilados, no se conforman con lo que se conformaron otros y «han perdido cierto sentimiento de grupo que se tuvo en otras épocas; ahora se ven más peleas entre ellos».
Los alumnos no respetan a los profesores, se quejan muchos. Efectivamente, el desprestigio que ha sufrido la figura del docente puede ser una de las razones que animan a los más díscolos a saltarse las mínimas normas. «Antes llamabas a los padres para contarles lo que había hecho su hijo y los reñían delante del profesor. Ahora te riñen a ti», dice el secretario general de las escuelas católicas (concertadas), Manuel de Castro, y rememora una anécdota. «Teníamos una vez un hijo de un militar al que hubo que reconvenir. El padre, ante el director del centro, preguntaba: ¿Lo arresto, lo arresto? No, hombre, no, le dijimos, no le arreste usted», se ríe De Castro. Pero quiere desdramatizar con el asunto de la violencia. Dice que no es para tanto, que los chavales son chavales y que no se pueden pedir peras al olmo. Ahora, paciencia tienen un rato.
Todos coinciden en pedir ayuda a las familias, porque se encuentran en clase con niños consentidos (de clase baja o alta, en centros privados y públicos) que no encajan un «no» por respuesta. «Nunca les han negado nada, y no asumen que un instituto tiene unas reglas mínimas de convivencia y hay cosas que no se pueden hacer», repite Martínez. Pero no todos los centros sufren los mismos niveles de indisciplina en sus aulas. «En Galicia, por ejemplo, hay un nivel de conflictividad bastante bajo, aunque siempre hay casos graves. Los problemas se presentan sobre todo en marcos urbanos o periurbanos; en las zonas rurales, en general, el alumnado está concienciado con la necesidad de estudiar», asegura el director del instituto público de Fere (Ferrol), Xoán Manuel Vázquez, docente con 18 años de experiencia.
Así pues, a los profesores desprestigiados por razones que no están muy definidas, niños mimados que reciben el apoyo incondicional de sus padres habría que sumar, quizá, una inadecuada formación docente para motivar al grupo de alumnos y hacerse con la clase utilizando el complicado equilibrio entre autoridad y democracia. Ahora los profesores se tienen que enfrentar a toda la población hasta los 16 años, donde hay chicos de todos los pelajes y con distintas motivaciones. Antes, la población que llegaba al instituto ya estaba preseleccionada, porque solían ir los que querían estudiar, los demás ya se quedaban en casa o se ponían a trabajar. Y aun así, el recuerdo devuelve la imagen de algunos piezas incorregibles.
Ahora hay que bregar con todos. Ardua tarea para la que las comunidades están buscando estrategias. Se abren paso con fuerza los grupos de mediación, formados por padres, alumnos y profesores, que deciden colectivamente la sanción que hay que imponer, siempre con carácter pedagógico. El propio Ministerio de Educación ha firmado con los sindicatos, los padres y otras organizaciones educativas un Plan de Convivencia Escolar «con el que se pretende apoyar y ayudar a los docentes ofreciéndoles formación específica». El sindicato CC OO propone, además, que se reconozca como accidente, en acto de servicio, cualquier agresión a los profesores dentro o fuera del recinto escolar.
PROPUESTAS DE LOS DIRECTORES
– Multiplicar las medidas de atención a la diversidad: aulas de acogida, agrupamientos flexibles o atención personal
– La no masificación de los centros, fundamentalmente en las zonas socialmente sensibles
– Disminución del número de alumnos por grupo
– Puesta en marcha de planes de convivencia en todos los colegios e institutos con el apoyo de las administraciones
– Nuevos profesionales en los centros, como educadores y trabajadores sociales, personal sanitario o psicólogos
– Implicación de las familias en la educación de sus hijos
– Equipos de mediación para conflictos formados por profesores, alumnos y padres
– Una normativa disciplinaria ágil, con sanciones orientadas a modificar conductas y adquirir habilidades sociales para la convivencia
Sanciones, pero con sentido constructivo
Las situaciones de indisciplina en los centros de enseñanza son una realidad y lo han sido siempre. La complejidad del alumnado que hoy día llega a los institutos (con alumnos de todas las nacionalidades y chicos escolarizados obligatoriamente hasta los 16 años) sí es diferente. Por eso, los directores de instituto llevan años reclamando que se adapte a los nuevos tiempos la normativa disciplinaria, para convertirla en un instrumento útil y ágil.
La nueva Ley Orgánica de Educación (LOE), después de varias enmiendas, deja en vigor una medida que contemplaba la Ley de Calidad aprobada durante el Gobierno del PP, la que dice que los directores podrán imponer sanciones en el acto cuando se trate de faltas muy graves, es decir, las que alteran gravemente la convivencia del centro. Pero la LOE introduce una salvedad, que los padres o tutores del estudiante pueden solicitar, si no están de acuerdo con esas medidas, que el consejo escolar del centro las revise. Esto soluciona uno de los grandes problemas que existían de lentitud a la hora de aplicar sanciones, dejando a la vez en manos del consejo escolar de cada centro la labor de control para que no se produzcan extralimitaciones.
Ahora, los directores reclaman una revisión de esas sanciones que se imponen, normalmente, de expulsión del centro durante un periodo de tiempo. «Las medidas correctoras, cuando se precisen, deben estar orientadas a la modificación de conductas y a la adquisición de hábitos y habilidades sociales necesarios para la convivencia», dice la asociación de directores de centros públicos Fedadi.
Carmen Perona, abogada de CC OO y experta en conflictos escolares, está de acuerdo: «En muchas ocasiones, la expulsión, no ir tres días a clase, no resulta un castigo para el alumno. Los chicos tendrían que hacer algo con lo que comprendan que han hecho algo mal y por qué está mal. Por ejemplo, pueden ordenar la biblioteca o arreglar algo que hayan roto».
Los casos más graves
Es misión de la escuela educar en la convivencia. Otra cosa es la violencia. «Existe, pero no sabemos si ha aumentado o no, pero desde luego, no podemos hablar de epidemia, asumiendo, desde luego, que los casos que se dan son graves y hay que solucionar eso», explica Rosario Ortega, profesora de Psicología Evolutiva y de la Educación de la Universidad de Córdoba. Cree, en todo caso, que la violencia en la escuela es una expresión de la que se vive en la calle y de niños que pasan horas sin control frente a la tele, que duermen menos de lo debido y comen con desorden. «Y de una ruptura generacional que los aparta de los padres y de los adultos. Es una costumbre tonta que los niños vean la tele en un cuarto y los padres en otro», dice.
Efectivamente, los casos más graves, sin ser mayoritarios, existen y preocupan de tal manera a las administraciones que, antes y después del plan de convivencia del ministerio, han aparecido en todas las comunidades iniciativas similares.
Muchas de ellas contemplan medidas como las que exigen los directores de instituto, pero también protocolos de actuación en casos graves, por ejemplo, de acoso (hay que recordar que éste se produce cuando la violencia psicológica o física se produce de forma continuada y sistemática).
El protocolo para estos casos de Castilla-La Mancha establece medidas desde la detección y las medidas inmediatas a tomar, hasta el proceso de seguimiento y las medidas de sensibilización para el resto de alumnos no implicados. También establece la intervención de las familias afectadas y en su caso, la puesta en conocimiento del caso a la Fiscalía de Menores.
Y más allá de los procedimientos sobre papel, los directores reclaman para esas situaciones «especialmente graves», la implicación y coordinación con otras instituciones, como los ayuntamientos, la policía o los juzgados. Algunos de ellos podrían incluso aportar algunas de esos profesionales que solicitan, como educadores y trabajadores sociales o psicólogos.