VIOLENCIA EN EL ÁMBITO FAMILIAR
Pequeños tiranos
Aumenta progresivamente el número de denuncias de padres contra hijos que les maltratan, pegan, roban o vejan. «Los adolescentes dictadores es seguro que ejercerán la violencia de género con sus parejas cuando sean adultos», dice Javier Urra. «Los niños o adolescentes que agreden a sus padres no padecen una enfermedad mental».
Javier Urra. HERALDO. COLPISA. Madrid
Algunos especialistas lo han denominado como el ‘síndrome del emperador’. Javier Urra, psicólogo de la Fiscalía de Menores de Madrid y ex Defensor del Menor de esta comunidad autónoma, prefiere calificar estos casos como los de los ‘pequeños dictadores’. El diagnóstico, no obstante, es común. Aluden a los niños y adolescentes que maltratan, pegan, roban o vejan a sus progenitores o a sus abuelos, un fenómeno que aumenta progresivamente año tras año. En 2007 se registraron en España en torno a 8.000 denuncias de padres contra sus hijos de 14 a 18 años. En 2006, las denuncias ascendieron a 7.300 y en 2005 a 6.700. Unas cifras que por si solas no reflejan la magnitud del problema, ya que evidencian únicamente la punta del iceberg.
Urra, autor del libro ‘El pequeño dictador. Cuando los padres son las víctimas’, se muestra seguro de que este perfil de muchachos, que generalmente tienen a sus madres como víctimas directas de las agresiones, «ejercerán la violencia de género con sus parejas cuando sean adultos». Los menores déspotas no son, subraya, una consecuencia «de problemas cromosómicos ni genéticos». «Tampoco padecen una enfermedad mental. Son chicos sanos, lo que ocurre es que nadie les ha enseñado a esforzarse y a tener empatía. No nacen conflictivos, sino que no se ha sabido educarles», asevera.
Su tesis reside en que la mayoría de los padres han sabido educar correctamente a sus hijos. Pero un sector nada desdeñable «ha educado mal a una generación de niños cuando tenían cuatro o seis años y ahora esa ola llega como un ‘tsunami’ de niños o adolescentes tiranos». Para Urra, es evidente que no se puede pasar del antiguo autoritarismo de los progenitores «a que algunos padres tengan ahora miedo de sus hijos».
Límites
Cada vez se presentan más casos de adolescentes que no presentan sentimiento de culpa por estas actitudes. El germen, señala el especialista, reside en la infancia, cuando hay que comenzar a poner ‘límites’. «La disciplina, la autoridad y las sanciones son parte de la educación. Lo primero que hay que hacer con un hijo es quererle, dialogar, pero no negociar. Al final debe hacerse lo que los adultos creemos por responsabilidad», apunta.
Y es que cuando el niño nace tiende a ser caprichoso, a ser egoísta, pero a los pocos años ya debe estar educado para aceptar la frustración. Sin embargo, alude el experto, «en esta sociedad algodonosa española» se ha extendido la especie de que hay que dar muchas cosas a los niños, o todas las que pide, «para que no se traumatice». «Una tontada -dice vehemente– porque el niño piensa que el mundo gira a su alrededor y que el principio filosófico que rige la vida es primero yo y después yo. Con cuatro años puede ya estar convertido en un pequeño tirano. Lo que hace falta es poner normas y decir ‘hasta aquí hemos llegado’. Luego, si ese niño llora, no se va a traumatizar ni le va a pasar nada».
Claro que, en caso contrario, a los 10, 12 ó 14 años después las consecuencias pueden derivar en un adolescente «que parte la nariz a su madre porque la ‘muy zorra’ no le ha planchado la camisa verde. ¿Qué ocurrirá cuando se convierta en adulto?», deja abierto. Las causas, como suele suceder, son varias y complejas, si bien Urra sostiene que la educación de los padres es la fundamental. La permisividad conduce a que muchos padres «digan que no pueden con sus hijos de ocho años o que algunos les tengan miedo cuando son un poco mayores. Eso no puede ser».
Un hábito
¿Y estos menores tienen sentimiento de culpa? «Para ellos es un hábito. Cuando pasan a un centro de reforma porque han pegado a su madre, ellos saben mentalmente que está mal lo que han hecho, pero no lo sienten así, porque siempre han hecho lo que han querido y no entienden que su madre no se doblegue». «Hay chicos -agrega a los que el juez dice: ‘te voy a privar de libertad’, y le contestan retándoles: ‘porque lo digas tú'».
Conceptos como el sacrificio, la compasión, la empatía o la piedad no son intrínsecos al ser humano, enfatiza Urra. «Se crean, hay que educarlos», insiste. Arguye, además, que los padres no deben volcarse solo en sus hijos, «sino en ser felices con su pareja y a título individual». Eso sí, ser «constantes y coherentes todos los días» en la educación de sus hijos desde muy pequeños. «Hay que tener criterio. Un cachete, una vez, a tiempo …» puede ser necesario, si bien no es partidario de la ‘bofetada’. «Es muy fácil pero no es la verdadera respuesta. Lo que hay que tener es la capacidad de sancionar con inmediatez y que se cumpla. Si a los tres años tiene que recoger sus juguetes, lo tiene que hacer, y punto». Porque «si en ese pulso el niño vence, coge una deriva peligrosísima».
Mantiene este experto que los chicos que son conflictivos en el hogar «pueden serlo fuera, pero no necesariamente». «Hay chicos que parecen muy majos y tienen en casa a una auténtica esclava, que es su madre». La mayoría de los adolescentes agresores son varones, «aunque también hay chicas», y la víctima normalmente es la madre, aunque se dan casos del padre y de los abuelos. «Suelen ser hijos únicos o el pequeño de la casa», resume.
Educación antes que cirugía
Es evidente que estos casos son minoritarios, pero cada vez salen más a la luz pública. «Es la mayor tragedia que puede existir para unos padres: sentirse vejados o ridiculizados por sus hijos. Hay madres que me han dicho: ‘Sé que mi hijo me va a matar’. Es durísimo». Estos menores no son, por tanto, ‘carne de psiquiátrico’, «porque no nacen conflictivos, lo que ocurre es que no hemos sabido educarlos». En Dinamarca, pone como ejemplo, a este perfil de muchachos se les manda a un barco con seis o siete marineros. «Se resuelve su problema a la segunda semana, después de trabajar duramente».
Conclusión: «No se puede comprar el amor de los niños, hay que ser padres y adultos». En caso contrario, cuando tengan de 16 a 18 años puede darse la dramática paradoja de que los padres pidan que la Administración se quede con la tutela del adolescente. «Nos dicen que no pueden, que les ayudemos, y les mandamos a un centro durante varios meses. Pero eso es cirugía y se trata de no llegar a ello, sino de educarlos desde niños correctamente».
Los perfiles de estos muchachos suelen surgir de hogares donde la figura del padre «está desaparecida» o donde al niño que nace se le considera «el rey, el hombrecito de la casa». También surge por «separaciones mal llevadas, donde uno de los cónyuges malmete a su hijo contra el ex». A ello se une que vivimos en una «sociedad hedonista, permisiva». Y es que hoy en día «no es ya tan fácil ser padres».