Una escuela en la calle para marginales
Un programa educativo pretende que jóvenes con problemas tengan modelos adultos positivos.
M. A. O. / PERIÓDICO DE ARAGÓN
En algunas ocasiones, la calle puede convertirse en el escondite perfecto para traficar con drogas, delinquir o formar pandillas problemáticas. Sin embargo, en otras, puede ser un medio en el que educarse y progresar. Este es el objetivo del programa Educación de calle, que desarrolla el Ayuntamiento de Zaragoza en el Casco Histórico, el barrio Oliver y Valdefierro.
El objetivo de este programa es acercarse a los jóvenes que pasan mucho tiempo en la calle, con un «estilo de vida marginal» o conductas delictivas. En general, a toda la población infantil con problemas. Para ellos, varios educadores recorren las calles, entablan relación con los chicos y trabajan con ellos para que mejoren algunos aspectos.
«La herramienta principal de este programa no son tanto las actividades sino los educadores y estar en la calle, en un entorno accesible para los muchachos», explicó Yolanda Mañas, técnico de acción social y psicóloga en el centro municipal de Oliver y Valdefierro.
En el barrio Oliver, señaló Mañas, el programa Educación de calle comenzó en el 2005, aunque, varios años antes, el ayuntamiento desarrollaba otros programas de acercamiento y ayuda al vecindario. Ahora se han duplicado los educadores que participarán en la iniciativa.
El primer contacto
A diferencia de otros programas de ocio o tiempo libre, los alumnos no son los que acuden a las actividades sino los educadores los que llegan hasta los niños. Los técnicos hacen ronda por la calle, se acercan a los jóvenes y poco a poco se crea una relación entre ellos. Cuando ya tienen confianza van a una casa en la que se desarrollan actividades y que sirve de base de operaciones a los educadores.
«El primer contacto siempre es en la calle. En Oliver tenemos mucha suerte porque después de tantos años, a los chicos no les parece raro que la gente se acerque a ellos y lo viven con cercanía», dijo Mañas. El trabajo es lento pero muy gratificante. «No depende de la cantidad sino de la calidad. Con que un solo caso funcione ya vale la pena. Es un trabajo difícil porque los niños tienen conductas precoces, pero los resultados animan un montón», apuntó Mañas.
Las actividades se organizan todos los días fuera del horario escolar y el trabajo es muy individualizado. Hacen escalada, van al cine, a la piscina o a jugar al ping pong, aunque también les ayudan a hacer gestiones propias y hacer talleres sobre habilidades sociales y resolución de conflictos.
«Todo está relacionado con las teorías de la resiliencia, que es la capacidad de los metales para conservar su forma pese a los golpes. Intentamos que estos niños, que viven situaciones duras, tengan referencias adultas positivas y consigan vincularse a los educadores y a los adultos que no son del medio cercano. Lo importante no son las actividades sino que los jóvenes encuentren su camino», concluyó Mañas.